Fisicoculturismo como industria cultural

11.03.2019

Esta actividad deportiva tiene una característica interesante a los efectos del objeto de este estudio en cuanto que es una actividad deportiva generadora de imágenes, mensajes, estereotipos, estándares, etc. Desde que nació lo hizo de la mano de una industria, y no se puede conocer bien qué es esta actividad si no se conoce bien la industria que hay detrás de ella. Esta actividad deportiva está dirigida, controlada y encauzada por una industria. Eugen Sandow fue un culturista, pero también un empresario en torno al cual se generaron empresas de todo tipo, y tanto en el aspecto comercial (venta de productos, equipos, cursos, gestión de gimnasios, etc.) como, y muy importante, en el aspecto organizativo. Lo mismo que Bernarr Macfadden, Charles Atlas, Joe Weider y Arnold Schwarzenneger, que son los cinco empresarios más importantes de la industria culturista en toda su historia, desde que naciera a finales del siglo XIX. Bernarr MacFadden tenía empresas que vendían cursos, equipos, gestión de gimnasios y zonas de reposo, revistas, libros, etc., y también organizaba eventos culturistas directamente y a través de la Amateur Athletic Union (AAU). Lo mismo que Joe Weider, creador de un imperio editorial y de venta de equipos y nutrición; o Charles Atlas, con sus cursos. 

En el caso de Arnold, además de ser empresario del sector y de organizar el segundo evento profesional más importante en este deporte (Arnold Classic), hay un componente adicional, y son sus carreras cinematográfica y política, que lo convierten en una voz autorizada y especial dentro de la industria del físicoculturismo. El dominio de estas personas ha sido y es asombroso, pues no es que fueran los empresarios más importantes, es que eran los que en cada momento histórico han dominado esta disciplina en todo lo atinente a la imagen que se daba de la misma. Sería exagerado decir que sin ellos esta disciplina deportiva no hubiera prosperado, pero es evidente que ellos, tan solo estas cinco personas en más de un siglo han sido quienes han creado y, lo que ahora nos interesa a nosotros, han controlado, esta actividad deportiva. Nos interesa puesto que queremos analizar cuáles son los mensajes que esta actividad transmite a la sociedad, y esos mensajes necesariamente han pasado en una u otra forma por el control de estas cinco personas. Puede parecer exagerado reducir más de cien años de práctica deportiva, con centenares de miles de participantes y seguidores, con miles de empresas en el sector, y con tanto impacto social, a solo cinco personas, pero basta leer cualquier libro sobre la historia del físicoculturismo y veremos que se repiten de forma continua los nombres mencionados. Por ejemplo, fuera de la IFBB ha sido muy difícil crear otra organización, y los intentos de Serge Nubret (1938-2011) a través de la WABBA o de Paul Dillet (1965-) a través de la WBFF han tenido un éxito relativo, habiéndose quedado la inglesa NABBA como una organización cuasi marginal para competiciones de aficionados. Fuera de las revistas de Weider solo hay importantes las del fotógrafo y editor norteamericano Robert Kennedy (1938-2012) Musclemag (que tiene edición española), e Ironman (también con edición española).

Nótese que esa industria, que fabrica y distribuye todo tipo de productos, siempre tuvo algo muy importante: revistas. Todos esos empresarios fueron editores de revistas o tenían negocios paralelos a esos medios de comunicación desde las que irradiaban su mensaje. Los casos de Macfadden y Weider son sintomáticos, y el caso de Charles Atlas, aunque no tuviera propiamente su propia revista sí hacía anuncios publicitarios irradiando sus mensajes. A través de esas revistas, por tanto, se genera la opinión de este deporte, y por ello podemos conocer qué es lo que piensa la industria de cada cosa, y cómo está armonizando el mensaje a la comunidad culturista.

En suma, este deporte es una industria, y la industria de este deporte lo domina en el mensaje que se irradia desde el mismo. A lo largo de estos apuntes veremos casos sintomáticos del control que la industria tiene del mensaje (cómo trata la homosexualidad, cómo trata la muerte extemporánea de culturistas, o el físicoculturismo femenino), pero ahora simplemente nos interesa remarcar que hay varias características que podemos reseñar del contenido de las revistas culturistas a lo largo del tiempo, con la sola excepción, muy importante no obstante, de la revista Physical Culture, de Bernarr Macfadden: (1) no suele haber mensajes políticos ni sociales, (2) la idea central a difundir es el ecumenismo racial y cultural, (3) son revistas-anuncios, (4) no crean comunidad social con mensajes socialmente identitarios, y (5) no generan debate entre la comunidad al no ofrecer opiniones sociales.

En efecto, es rarísimo el caso en que estas revistas, especialmente las actuales, profundicen en cualquier hecho político o social no ya que afecte a la sociedad en general sino a la comunidad culturista en particular. Bien es cierto que en dicha comunidad ha habido en algunos aspectos más libertad que en la sociedad en general (por ejemplo, no tuvo problema en ensalzar culturistas negros mucho antes que se reconocieran sus derechos civiles), pero también es cierto que asuntos como el posicionamiento hacia la homosexualidad cuando algún culturista importante lo ha planteado abiertamente (Bob Paris) ha brillado por su ausencia. Esa ausencia de mensajes políticos o meramente sociales conlleva un ecumenismo racial y cultural que ya iniciara Charles Atlas en los años veinte: si comprar estos productos puede hacerlo cualquiera, de cualquier raza, condición social o país, ¿por qué generar debate en estos temas? El mensaje, por tanto, se dirige a todo el mundo, independientemente de su condición personal, racial, cultural, social o política. Como ya mostrara Sandow, detrás del mensaje hay una venta, y detrás de cada revista hay anuncios para vender, de modo que las revistas se convierten en meros escaparates de anuncios de venta. Los culturistas famosos aparecen en poses mordiendo barritas energéticas o mostrando el último aparato de gimnasia puesto a la venta. Pero es tanta la endogamia en esto que cada revista de cada grupo vende y publicita los productos de su propio grupo (comprar, por ejemplo, los contenidos de las revistas Flex y Musclemag en las ediciones españolas). Como no hay mensajes sociales no se genera comunidad social, o esta es muy aparente. El único intento de crear una comunidad social culturista lo hizo Bernarr Macfadden, promoviendo incluso una nueva religión, pero no ha habido algo así como comunidades culturistas propiamente dichas, que se identificaran del resto de la sociedad a través de un posicionamiento claro, a pesar de que algunas organizaciones sociales ecuménicas como el YMCA (Young Men Christian Association) y el YWCA (Young Women Christian Association) promovieron activamente desde el principio la práctica del físicoculturismo y el fitness a través de gimnasios propios repartidos por todo el mundo. Y, como no hay comunidad no hay debate en esa comunidad gestionada por la industria; hay que acudir a las redes sociales descentralizadas para ver qué es lo que se debate entre los que practican este deporte, y cuál es su posicionamiento personal frente a algunos de los hechos que les afectan de forma directa y sobre los que tendrán algo que decir, como son el uso de medicamentos, la vigorexia, o simplemente el uso martirológico de su propio cuerpo. Es ahí donde hemos tenido que acudir para comprobar qué se piensa, por ejemplo, de la muerte de jóvenes culturistas, porque la industria guarda silencio sobre ello.

Finalmente, a ninguna industria le gusta que se le identifique como generadora de imágenes, mensajes, estereotipos, estándares, etc., porque no es cómodo tener el foco de la sociedad sobre ella respecto a lo que hace. Aunque es evidente que para el desarrollo de su actividad mercantil tienen que generar esas imágenes, mensajes, estereotipos, estándares, etc., a través de la publicidad expresamente presentada o la publicidad encubierta. Es lógico que toda industria prefiera no ser centro de atención en esto, porque obviamente a nadie apetece ser objeto de un escrutinio social, que lo único que puede suponer es perder clientes. La industria, por tanto, desde el primer momento se camufló en organizaciones deportivas, respaldándolas pero controlándolas, y así detrás de cada organización deportiva hay alguna de estas industrias. En algunos casos las propias organizaciones deportivas parecen ser la industria en sí (el caso de Serge Nubret y la WABBA, o Paul Dillet y la WBFF, o el dominio absoluto de los hermanos Weider sobre la IFBB durante muchos años, ya que la crearon ellos y la convirtieron en la más importante organización internacional gestora de este deporte), algo que en sí mismo en absoluto es criticable ni criticamos aquí, porque sin ese apoyo de la industria no habría organización de un deporte que, bien es cierto, no es capaz de generar recursos económicos de otra forma. Pero sí nos interesa esa dualidad organización-industria para estudiar cómo también desde las organizaciones se irradian los mismos mensajes que desde la industria, habiendo confluencia en ambas, en todo aquello que nos interesa para este estudio, en lo social, político, cultural o meramente artístico. Al final, el círculo se cierra en torno a unos intereses económicos de una industria que está detrás de este fenómeno deportivo, y que controla los mensajes que desde el mismo se dan al mundo.

Para un estudioso del fenómeno el trabajo de investigación de campo sobre el particular se reduciría a comprobar qué pensaban Sandow, Macfadden, Atlas y Weider sobre los distintos asuntos que se planteen para ratificar qué es lo que se ha pensado en la comunidad culturista sobre dichos asuntos. Esto en parte puede sonar exagerado, pues es tanto como decir que millones de personas que han practicado y que practican este deporte, o que meramente son aficionados al mismo aunque sea desde un punto de vista estético, son incapaces de generar un mensaje dado, y somos conscientes de que puede parecer eso. Pero también es cierto que, si fuera lo contrario a lo que decimos, no podríamos explicarnos la ausencia casi total de tratamiento de aspectos tan cruciales que afectan a la comunidad de culturistas como los que hemos mencionado anteriormente: el uso de medicamentos como riesgo de salud, la muerte extemporánea de culturistas, la homosexualidad o la posición y tratamiento que la mujer tiene en esta actividad deportiva. Al menos nosotros no hemos sido capaces de rastrear en las revistas oficiales muchas respuestas a nuestras preguntas. Ha tenido que ser acudiendo a las redes sociales donde hemos podido encontrar opiniones, acertadas o no, pero opiniones al fin y al cabo.

En suma, el físicoculturismo es un potentísimo generador de mensajes, pero lo hace agazapado en la aparente ausencia de una narración. La exhibición culturista no pretende teatralizar nada: no es un soldado, un guerrero, un forzudo o una estatua griega. Es todo eso y nada de eso. El físicoculturismo, al haberse presentado como actividad sin narración, permite al espectador que sea él quien genere el mensaje. El mensaje que irradia el físicoculturismo es pretendidamente empobrecido, pero es el receptor del mismo quien lo enriquece, imaginándose lo que quiera imaginarse, desde que está ante un guerrero, o ante un objeto de satisfacción homoerótica.


Más ampliamente, consultar el libro FISICOCULTURISMO. Orígenes antropológicos y connotaciones filosóficas, Madrid, Dykinson, 2019.  

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