Hipertrofia muscular como metáfora de la hipervirilidad
Para ser epatante (producir asombro y/o admiración en el espectador) y, a la vez, para ser entendible por todo el mundo, por las masas, por el pueblo no elitista, tiene que partir de postulados estéticos realistas: las figuras humanas se han de reconocer como humanas, no como máquinas ni símbolos complicados, y nunca en forma demasiado abstracta. El arte abstracto es difícil de que permee entre las clases populares, porque no lo entienden, o porque en el arte abstracto suele ser el espectador el que cree su propio entendimiento de lo que el autor pretende transmitir, perdiendo fuerza el mensaje. En el arte realista no se deja tal libertad al espectador. En el arte que busca comunicar ideas claramente identificadas, la forma estética tiene que ser igualmente identificada, aun cuando se caiga en la banalidad, en lo naif. Toda forma de expresión artística que busque la claridad en la representación y en el mensaje de dicha representación va a ser siempre bien recibido por las clases populares. El art nouveau y el art decó son fácilmente entendibles por las clases populares. Por tanto, las figuras humanas representadas tienen que ser muy realistas; pero que sean realistas no significa en modo alguno que sean demasiado humanas, so pena de perder fuerza en su simbología y, por tanto, perder contenido en su carácter representativo. Ejemplo de lo que queremos decir: algunos cuadros hiperrealistas son tan parecidos a la realidad que el espectador suele decir: ¿por qué, en vez de estar el pintor tanto tiempo trabajando con el óleo no se ahorró esfuerzo e hizo directamente una fotografía?
En el hiperrealismo el autor pretende hacer desaparecer la distancia entre el espectador y el objeto representado, pretende la inmediatez sensorial que elimina de raíz toda idealización o utopía. El arte hiperrealista es un arte próximo, desintelectualizado y puramente sensorial: nos fijamos en la textura del agua, en que la figura humana "parece real", en el detallismo que nos hace dudar de si estamos ante una fotografía.
No es proximidad lo que se busca con el realismo idealizado: se necesita al público distante, observador, que se adhiera al mensaje pero que sienta al mensaje como algo externo a él, que viene de fuera de él pero que pueda identificarse con el mismo, provocándole una mínima reacción intelectual, no solo sensorial. Los escultores nazis no querían representar figuras humanas corrientes puesto que el mensaje se perdería; las figuras tenían que estar idealizadas para transmitir el mensaje de la utopía. Los dibujos de los superhéroes tienen que provocar en el espectador un necesario distanciamiento, un espacio para conseguir identificar una alteridad, que se logra con técnicas imaginativas como son los super poderes (habilidades que la ciencia jamás podrá explicar, y el día que los explique los hará desaparecer como super poderes y por tanto el superhéroe dejará de serlo para convertirse en un hombre medio, normal y corriente), una musculatura extraordinaria y, sobre todo, la estrambótica vestimenta que nadie en su sano juicio, salvo en una fiesta de disfraces, se atrevería a vestir: máscaras, mallas, capas, botas, etc.
El hecho de que en la pintura, la escultura, la literatura, el cine, las ilustraciones, los carteles y los comics (medios de la cultura popular del siglo XX) aparezcan tipos musculosos mostrados a veces como superhombres y a veces como efebos como cuerpos adultos (y en muy raras ocasiones, como veremos, mujeres musculosas, pues la iconografía de la cultura popular reserva otra estética diferente a la supermujer) nos está dando un mensaje al público, una idea que se nos quiere comunicar a todos en general, que en ocasiones tiene utilización meramente estética (las menos, en realidad casi nunca), pero otras muchas tiene un uso pretendidamente político (ejemplo claro la estatuaria de los totalitarismos), o meramente social (como mensaje al hombre urbano del siglo XX, sedentario, atrapado en los temores que genera la modernidad y en el desencanto de la postmodernidad, de que puede soñar con una vuelta a lo salvaje, a lo antimoderno, al romanticismo, pero sin perder nunca su carácter burgués al que nunca quiere renunciar, como representa el icono de Tarzán, un burgués, con mentalidad burguesa, vestido en taparrabos en una selva imaginaria en la que su autor nunca estuvo y de la que poco más sabe que hay monos con los que interactuar).
Por tanto, la exhibición plástica de la hipertrofia muscular, el exceso de musculatura o al menos una musculatura no común que provoque asombro y admiración, supone un mensaje con un contenido predeterminado, una comunicación, una transmisión al público en general de un símbolo, que en la sociedad moderna y postmoderna se ha utilizado con diferentes objetivos no solamente estéticos.
Pero no solo es interesante ese mensaje, sino el mensaje-otro, o el estereotipo-otro. Cuando un grupo social pretende imponer una cosmovisión cultural en un contexto socio-histórico específico, necesariamente, traza una línea divisoria con otro orden simbólico que lo diferencia, lo distingue, lo afirma, a la vez que lo configura. Siguiendo la línea analítica de la autora: ¿cuál es el reverso, el fantasma de las narrativas que relatan el devenir cultural y corporal?: el cuerpo disfuncional, que hay que corregir, salvar.
Se trata, pues, en este estudio de analizar cuál es el discurso sobre el cuerpo objeto, su forma de representarlo y de describirlo, las maneras en que es escenario donde sus textos se emiten y se reciben: el significado semiótico, esto es, qué se ha querido manifestar con dicha hipertrofia (que, ya lo decimos, no ha sido nunca inocente), una hipertrofia muscular que ha creado una idea de hipervirilidad masculina en la que poco o nada tiene que decir la mujer... ni el propio hombre, porque es consciente de que el hombre al que va destinado el mensaje se encuentra a años luz de la imagen que se transmite, siendo esa distancia necesaria para poder atraer a dicho hombre con tal mensaje.
La naturaleza iconográfica de la forma muscular masculina ha sido una característica importante en la configuración occidental masculina desde los tiempos griegos. En su búsqueda de elitismo anatómico, los culturistas glorifican los valores competitivos y hegemónicos masculinos. El resultado ha sido una exhibición visual, material y simbólicamente poderosa, del cuerpo masculino. Los culturistas de competición son conscientes de esta imaginería.
Una virilidad utópica, expresamente distante, que basa su atractivo precisamente en su carácter inalcanzable, por tanto fuertemente sedante: que nos permita soñar con los super poderes de Superman, pero que no nos deje ser Superman. En un mundo donde todos fuéramos musculados, tener y mostrar esa musculatura nada nos diría. Hitler o Mussolini no querían que todos fueran hombres musculados, y sin embargo la iconografía nazi y fascista se basaba en ellos.
Era, pues, otra cosa lo que se quería transmitir. Los super poderes de los superhérores, en cuanto un deus ex machina narrativo, tienen que ser lo suficientemente super como para evitar que el espectador al que va dirigido el mensaje se sienta con ganas de emular al super héroe, dejándole sin mensaje, sin significado, eliminándolo como símbolo. Cuando Leni Riefenstahl filmó cuerpos esbeltos y hermosos en su largometraje documental Olimpia (1937), no lo hacía como camino artístico a seguir, como referencia; lo hacía con un ánimo esencialmente propagandístico: como idealización, como utopía en la que las masas pudieran engancharse alegremente, como un analgésico moral. Así pues, el que emite ese mensaje no quiere que todos seamos musculados. Quiere mantener su mensaje distante.
Por tanto, la hipertrofia muscular busca dar un sentido a algo, y es eso lo que pretendemos analizar aquí: qué simbología hay detrás de tal exhibición y cómo esa simbología se ha permeado en nuestra sociedad modernista y postmoderna (y, en su caso, en la hipermoderna) creando estereotipos generalmente aceptados de lo que ha de ser la figura humana.
Vaya por delante que en este estudio no vamos a tratar de lo que tratan casi todos los estudios de este deporte: las competiciones culturistas. Hemos dicho que nuestra visión de esta disciplina deportiva es otra. El físicoculturismo es un deporte que se caracteriza no solo por el entrenamiento necesario para conseguir la musculatura pertinente sino, sobre todo, por el exhibicionismo de dicha musculatura en formatos organizados que son las competiciones culturistas.
Libros sobre la historia de las competiciones culturistas, y sobre la biografía de los principales exponentes de este deporte, hay muchos. Por el mismo motivo, no vamos a hablar, salvo con excepciones, de las vicisitudes de los culturistas a lo largo de la historia. No es ese, pues, el enfoque que pretendemos. Lo que queremos es estudiar el impacto, la influencia, que esta disciplina deportiva, y también disciplina estética o pretendidamente estética, ha tenido en nuestra sociedad, en las artes y en la política. Porque tanto las artes como la política se han servido, de una u otra forma, de los cánones estéticos presentados por este deporte para transmitirnos una idea estética, social o política, según sea el caso.
Desde su nacimiento a finales de los años ochenta del siglo XIX, el físicoculturismo ha estado ahí, en la sociedad, siendo un deporte claramente minoritario, pero al cual han acudido muchos artistas tomando prestado su canon estético y su iconografía. Baste decir, por ejemplo, que si miramos cualquier tebeo de Batman de hoy en día veremos a un culturista enfundado en un traje gris, cuando en realidad los creadores de Batman nunca pensaron en él como un hombre dotado de una musculatura extraordinaria. Lo mismo puede decirse del actual Superman, un culturista con poses culturistas. Pero también el exhibicionismo muscular ha sido utilizado por la propaganda totalitaria, y por la moderna cinematografía.
Esa
exhibición muscular en el arte casi nunca ha sido con efectos puramente
estéticos. Los artistas utilizan la exhibición muscular intentando emitir un
mensaje al espectador que va generando paulatinamente un canon masculino de
virilidad, un estereotipo de la imagen del hombre, que, con pocos cambios en el
tiempo, ha perdurado hasta nuestros días.
Más ampliamente, FISICOCULTURISMO. Orígenes antropológicos y connotaciones filosóficas, Madrid, Dykinson, 2019